Efrén Orozco (México)

Entrevista a Efrén Orozco, educador popular de México.

“…los lenguajes sensibles como las canciones, el teatro, la poesía, la narrativa, son excelentes viáticos para “vitaminar” la transformación personal y grupal, para apuntalar la mística en el trabajo y reencontrarse con la identidad, tanto individual como colectiva. Efrén Orozco, México

La Carta: ¿Cómo y por qué se vinculó usted con la Educación Popular?

Efrén Orozco: En el año de 1973 un grupo de cinco ex seminaristas, inspirados en las lecturas y reflexiones sobre los documentos del Concilio Vaticano II, los Documentos de Medellín, entrevistas y conciliábulos con curas “progresistas”… impulsados, en fin, por el ánimo de hacer real una “inserción” honesta en el mundo de los pobres, nos fuimos a vivir al  barrio de Santa Rosa, en la periferia de Guadalajara, nuestra ciudad de residencia. (Omito vicisitudes, pleitos, rupturas, heterodoxias, romances…que son parte de otra novela).

El caso es que resultamos vecinos del barrio de Santa Cecilia, donde el IMDEC (Instituto Mexicano para el Desarrollo Comunitario), fundado por Carlos Núñez en 1983 y dirigido en ese entonces por Miguel Bazdresch, llevaba adelante proyectos muy bien armados de educación y comunicación popular. Pronto nos dimos cuenta de que, a pesar de ese nombre que parecía más el de una dependencia del gobierno, quienes formaban ese grupo eran gente que buscaba lo mismo que nosotros, pero con más elementos teórico-prácticos y más recursos, pues nosotros nos buscábamos el sustento trabajando en diversos menesteres: uno en una fábrica de cemento, otro en Obras Públicas del  municipio, otro más como peón en la construcción de un túnel de aguas profundas que se hizo en ese entonces; otro encontró trabajo en una fábrica de bolsas de plástico. Yo me ubiqué como obrero en una fábrica de implementos agrícolas… (perdón, me arrastró el recuerdo). El espacio laboral de cada uno era la primera palestra para ejercitar nuestros afanes concientizadores, abordando principalmente asuntos sindicales,  y en las tardes y noches nos volcábamos al “trabajo de grupos” en el barrio.

 

Formamos, entre otros “proyectos” (no les llamábamos así) un grupo de música folclórica  latinoamericana – a dos de nosotros nos daba por la música – en el que incluimos a varios, entonces jóvenes, del barrio. Empezó por esa época mi dedicación a poner en canciones la problemática de las zonas llamadas entonces “marginadas”. Pronto el grupo sonó más allá del barrio y no tardaron en invitarnos a los festivales populares que la ya robusta organización barrial de Santa Cecilia organizaba. Eso propició conocer más de cerca a la gente del IMDEC. Nos invitaron a conocer sus instalaciones y los materiales de apoyo educativo que ya entonces usaban y prestaban a otros promotores sociales. Nos hicimos usuarios de sus materiales. Y fue justamente en una visita que hice al IMDEC, un sábado de agosto de 1976, para solicitar unos audiocasettes para mi trabajo con un grupo de señoras del barrio de Santa Rosa, que Carlos Núñez me invitó a trabajar en el instituto.

Coincidió su invitación con dos asuntos determinantes: Uno, que me acababan de echar de la fábrica, y otro, que el grupo de los cinco estaba en franco proceso de disolución. Así, el lunes siguiente, en vez de acudir  a una entrevista  laboral en equis empresa, me presenté a trabajar en el IMDEC, lo cual me permitía, por supuesto, continuar en una opción de trabajo que daba continuidad  y cobijo a mi opción de vida.

Por los estrechos pasillos y desde las primeras reuniones de trabajo me di cuenta que andaba en boca de todos un tal Paulo Freire. Me empecé a familiarizar con una terminología que me ayudaba a ponerle nombre a lo que yo venía intentando hacer de una manera “lírica”, intuitiva…comenzando por “educación popular” y siguiendo con “teoría de la marginalidad”, “metodología”, análisis de la realidad, etc. Fui aprendiendo a “instrumentar la voluntad” de trabajar con la gente, con el pueblo; que no todo era cuestión de buena voluntad. Me “receté” en un dos por tres La educación como práctica de la libertad y La pedagogía del oprimido, que empezaban a circular en México en esos años. Mi primera asignación de trabajo fue coordinar algo que se llamaba “Taller de Bases”: un proyecto de formación socio-política desde la práctica, que agrupaba a 14 ó 15 organizaciones populares de la periferia de la ciudad, con la idea de crear –como se hizo- el Frente Popular Independiente… En fin, el sintonizar con el IMDEC me ponía en la frecuencia de lo que en  Latinoamérica se venía llamando “Educación Popular”. Luego vino la creación de la Red Nacional de Educación Popular en 1978, la Red Alforja (Centroamérica y México) en 1981 y la incorporación al CEAAL, en 1984.

¿Cuál es el papel de la EP en su país y en América Latina?

En todos los países de nuestro continente la Educación Popular juega un papel importante como promotora de una  toma de conciencia crítica y política sobre la realidad y como impulsora de procesos de transformación hacia una vida plena; hacia el buen vivir. La filosofía educativa, los basamentos pedagógicos, epistemológicos y éticos de los que se nutre, que hablan siempre de una coherencia entre teoría y práctica (entre el deber ser como discurso y el hacer como práctica real, entre la convicción teórica y la acción concreta… entre la palabra y los hechos) mucho tienen que aportar no sólo en el campo de la llamada “educación no formal” sino en la academia misma, en los sistemas escolarizados formales. Juega un papel de reveladora y denunciadora de tantas “normalidades” enquistadas: el machismo, las discriminaciones de toda ralea, las lacerantes asimetrías económicas en nuestros países provocadas por el capitalismo salvaje llamado neo-liberalismo. Un papel hoy por hoy preponderante es contribuir a la construcción de una ciudadanía fuerte y organizada que se haga sentir como verdadero contrapeso a las partidocracias que han desvirtuado la búsqueda de una verdadera democracia. Aun en el hipotético caso de un gobierno conformado muy al gusto de todos los grandes bloques y pequeños grupos progresistas y democráticos, la EP tendría vigencia y aporte, porque su razón de ser no se finca sólo en la  protesta, sino en la capacidad de propuesta para todo lo que lleve a una vida digna, plena, libre de todo lo que signifique opresión. Como dice Benedetti: “…es decir, que en mi país/ la gente viva feliz/ aunque no tenga permiso”.

¿Puede compartir brevemente una experiencia o testimonio de empoderamiento o transformación que haya vivido o conocido?

Hay, por supuesto, muchas anécdotas y testimonios tan emocionantes como aleccionadores. Tan sólo de la Escuela Metodológica, que cuenta ya con más de 35 generaciones de participantes en México y otros países, podría extenderme platicando algunos episodios. Pero me viene a la mente algo más o menos reciente y aparentemente fuera del contexto educativo. Hace unos cuatro meses me invitaron a cantar en el 40 aniversario de una cooperativa de vivienda que en los años setentas promovieron y acompañaron el IMDEC y las Misioneras de Berriz. Me encontré allí con un muchacho a quien hacía 31 años –cuando él tenía 9- yo le había regalado un cassette con la grabación de una canción titulada “Esta tierra es nuestra” que hice como síntesis de una especie de sistematización que hicimos a los nueve años de la cooperativa. Se lo di a él porque fue el primer niño nacido en aquella incipiente comunidad. Al terminar mi presentación se me acercó, me dijo quién era y me abrazó. Me contó que conservaba el cassette, que había transferido la canción a un CD, y que siendo dirigente de la cooperativa, cuando se sentía cansado, desanimado con los problemas que enfrentaban, escuchaba la canción para ayudarse a recobrar fuerza y entusiasmo. Al regresar por la noche a mi casa, frente a la computadora repasé un correo que hacía no mucho me había enviado mi hijo mayor, quien estudia un posgrado en Chiapas, y que casualmente tiene la misma edad del muchacho de la cooperativa, pidiéndome le enviara la canción que le hice cuando nació.  Me confirmó en la idea de que los lenguajes sensibles como las canciones, el teatro, la poesía, la narrativa, son excelentes viáticos para “vitaminar” la transformación personal y grupal, para apuntalar la mística en el trabajo y reencontrarse con la identidad, tanto individual como colectiva.

¿Tiene algún consejo o recomendación para mejorar las prácticas de  Educación Popular?

Son varios; sobre todo para la gente joven y porque “el que no oye consejo no llega a viejo”: cuiden su salud. Las educadoras y educadores populares debemos saber descansar para durar. Saberse  “desconectar” de la bataola de los demandantes quehaceres, sin dejar de ser productivo, es un arte necesario. A veces el trajinar frenético, como adictivo, viene siendo una especie de velo para ocultar una especie de síndrome de mesianismo: sin mí no se hace nada. Otro, muy ligado a lo anterior: cuiden sus relaciones familiares; sobre todo quienes tienen pareja y/o hijos. La absorción en el trabajo suele cobrar facturas a veces altas. (Recuerden que la propia familia también es pueblo). Por último, no dejen experiencias sueltas, desperdigadas; sistematicen. Sólo así se hace vida lo realizado.

Los consejos y recomendaciones  metodológicas no pueden darse en general, sino ad casum. Las orientaciones y admoniciones de más envergadura técnico- teórico- filosófica, que nos las sigan proporcionando los expertos, que los hay y muy buenos.

(Entrevista publicada inicialmente en revista La Carta del CEAAL 409. 15 de marzo 2011)